miércoles, 31 de agosto de 2016

UN VERANO PARA RECORDAR








Quienes me conocen saben lo que quiero a esta franja de tierra entre el Nalón y el Nora y  entre el Bufarán y la Ponte Gallegos; a ésta y a las que la circundan, porque las fronteras sólo están en la mente de los mediocres y  como decía Galeano, el tiempo y el alma  no tienen fronteras; aunque  las leyes se empeñen en marcar líneas en los mapas.
 Hay un  espacio geográfico, que me identifica con un paisaje, con unas costumbres y con mis gentes; las que me enseñaron que lo mejor que puedes llevar en tu equipaje para la  vida, son tus raíces rurales, profundas y fuertes, los conocimientos aprendidos de los paisanos y paisanas que saben cuando se debe podar o cortar una vara de avellano; de quienes aprendí  a mirar en  cielo el tamaño de la luna, la forma o color de las nubes y la dirección de los vientos. En realidad supe como orientarme en los momentos difíciles y  en las encrucijadas  de mi vida gracias a la experiencia adquirida de quien todo lo sabe; mis gentes del campo. Por eso me duele que no se valore su patrimonio, que las piedras que un día fueron casas terminen cubiertas de musgo y derruidas, que sus elementos etnográficos se mueran, que las tradiciones se releguen al olvido o que la lengua de mis antepasados sea motivo de vergüenza o burla.
Hasta aquí la queja, el lamento y el pesimismo... hasta que una tarde bochornosa de agosto avisté una luz que me  me condujo al optimismo.



Esta luz  llegó  de lejos,  llegó de quien decide un verano, volver a reencontrarse con una tierra que recordaba con más árboles, con más tierras labradas, y con más campesinos de boina y abuelas  de negro. Nunca el regreso es fácil; su tierra estaba esperándoles, para envolverles en este paisaje lleno de verdes, de amarillos tostados de los últimos rayos de sol, de azules al amanecer, de neblina densa que se acomoda sobre el Nalón,  de cristalinas aguas  donde mirarse y sentirse protagonistas del cuadro pintado en ellas; en  los meandros  del rio Nora cerca de San Pedro , en el molino de Quilo en el Picarín,  en el puente de Miobra o en el de Andayon;  en cada remanso y en cada arrullo de agua se buscan para integrarse  junto al reflejo de las nubes amarillas y rosadas de ese atardecer de finales de verano. Y se dejaron abrazar por esta tierra  que es generosa, es madre, es continente, es pequeño planeta y siempre recibe emocionada con un abrazo de roble y una caricia de orbayu a quien vuelve a encontrarse con ella o a buscarse  en ella y encuentra los silencios reverentes de hace tantos años y los sonidos del agua, siempre presente;  cascada, río , remanso, meandro, fuente, arroyo. Parafraseando a Llamazares; "distintas formas de oir el agua". Y me enseñaron que no queda más remedio que alejarse de lo que quieres para aprender a añorarlo, a quererlo y a valorarlo. Volverán a sus casas lejanas, a sus trabajos estresantes, a su vida de ciudad oscura y contaminada, pero llevaran en su retina todos los verdes de la senda a Covascura y todos los recuerdos de un verano de abrazos, reencuentros, y música de verbena.


AL LUGAR DONDE HAS SIDO FELIZ SI DEBIERAS TRATAR DE VOLVER ( Lo siento querido Joaquin)

1 comentario:

  1. Alguna vez grite, " Salven la Tierra de mi abuelo " ahora se que esta bien cuidada

    ResponderEliminar